Qué lindo es
llegar a la parada de colectivo, no tener ni que esperarlo y que venga vació y
con aire acondicionado un día de 30° a la sombra. Ni bien me subo, el colectivero me saluda con
un ‘’Buen día señorita’’ y me cobra el boleto más barato por ser estudiante. Sentarse
en unos asientos muy cómodos y mirar a través de la ventana todo el paisaje,
nada de ciudad nada de quilombo…pura libertad. A este viaje le hacía falta
algo, la música. Busco adentro de la mochila los auriculares, los encuentro y
los saco todos prolijamente desenredados, sin ningún nudo. Los enchufo y
empiezo a escuchar, automáticamente el celular me elige las mejores canciones
para un viaje con tanta paz.
Para llegar
a la escuela tengo que cruzar todo un
camino lleno de mis flores favoritas:
jazmines, lavandas y rosas. La mayoría de las veces me siento a observar cada
flor, cada pétalo y por eso llego tarde...pero siempre está el preceptor copado
que te dice ‘’dale navas, pasa’’.
Entró al
aula y siento un aire de olor a limpio, un olor como los que vienen en los
paquetes de jabón en polvo. Todos los bancos acomodados y blancos como si
fueran nuevos, el piso y los pizarrones brillan de los limpios que están. ¿Mis
compañeros? Ah casi ni se los siente, todos hablando en voz baja, escuchándose
entre sí y más que nada respetándose.
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